EL SUEÑO DE DIONISIO(2)




No podía ser cierto. Estaba soñando dentro de su sueño. Nunca se le habían concedido los deseos. Y ahora parecía que su mayor ilusión se iba a cumplir. Giró el cuello a la derecha para mirar a Piedad, continuaba en silencio pero tenía la expresión de la cara desencajada. Claro, la ignorante no comprendía lo que estaba sucediendo. Sin embargo, él sí sabía. Él se había engullido todas las temporadas de "Expediente X", cada capítulo, cada escena, se hallaban recopilados en su memoria. En cambio, ella siempre se reía de su pasión por  extraterrestres y confabulaciones de los poderes oscuros del estado. !Ahora se reía él al descubrir el pánico en el rictus de la mujer!
 
Un extraño silenció inundó el habitáculo cuando la radio dejó de emitir ruidos. La luz disminuyó su intensidad al tiempo que tomaba un relajante tono azulado.
Dionisio no cabía en sí de la alegría. Por fin tenía contacto con los seres de otro mundo. ¡Años esperando esto!. Se lo llevarían lejos de la arpía que había convertido su existencia en un infierno, no le importaba vagar por el espacio con tal de mantener la distancia con esa... hembra de la raza humana. Este pensamiento lo abocó a otro,¿cómo serían las hembras alienígenas? , ¿cuántos pechos tendrían y de qué tamaño? Quizá en su especie no existiesen sexos diferenciados, lo que evidenciaría su inteligencia superior, al ser libres de las pasiones de la carne tendrían más tiempo para meditar. Desechó esta teoría al instante, el concepto de flotar por el universo sin sexo no le gustaba. Prefería la posibilidad de ligar con marcianas de tres enormes pechos, como alguna vez imaginó, y sintió el regustillo de la excitación. 

Mientras el hombre intentaba comunicarse telepáticamente con los otros suplicando ser abducido, Piedad se hallaba en estado catatónico, evidenciado por su silencio. Se quedó sin palabras. El imbécil estaba en lo cierto, los entes de otros planetas existían. ¡Menudo shock! Tendría que meditar cómo evitar darle la razón a su media naranja, ella jamás se equivocaba. Sería mejor actuar como si no pasase nada, como si delante de su automóvil sólo existiese oscuridad, árdua tarea cuando los ojos le  lagrimeaban mares a causa del deslumbramiento.
 
Cuando las puertas del coche se abrieron como si fuesen automáticas Dionisio se lo tomó como una invitación. No quiso mirar a Piedad, no quería sentirse atado a ella. Estaba dispuesto a emprender un viaje intergaláctico aunque ello le supusiera tener que padecer una sonda rectal. Esperaba que aquello fuese un mito y no lo de los tres pechos.
 
No podía creer que la estuviese abandonando allí. No es que le importase perderlo de vista durante una eternidad, pero no estaba dispuesta a que la abandonase con aquella estúpida expresión de felicidad en su rostro sin afeitar. Estaba asustada pero la podía más el orgullo que el sentido común. Además, estaba segura que su primo Toribio no iba a consentir que su prima favorita fuese raptada por unos maleantes alienígenas.
Como si fuese una adolescente escribió un sms a velocidad de vértigo con destino a su primo: “Trbio, m stan raptndo 11 xtrtrrsts sos salvm bicos.” Acto seguido bajó del coche y dado que era incapaz de ver con claridad se dejó llevar por su tan femenino instinto y dejó que sus pies la guiasen hacia la infelicidad conyugal.
 
Dionisio estaba maravillado, no veía nada más que aquella luz. Sentía un impulso irrefrenable, como si su cuerpo tuviese un GPS. Sintió un disgusto terrible cuando percibió a su lado a su Piedad. ¿Por qué no se había quedado en el coche? Lo iba a estropear todo, en cuanto los visitantes estelares la conociesen les iban cuando menos a desintegrar, aquellas mentes prodigiosas considerarían una aberración de la naturaleza a su parienta. Para una vez que encontraba la ocasión de ser feliz ella se lo iba a estropear. ¡Qué facilidad tenía ella para acabar con sus ilusiones, sus escasas ilusiones!
La observó de reojo, estaba  tiesa,  el móvil aferrado entre las garras y  con el pelo de punta a causa de la electricidad estática. Igualita a un poste. Incluso se atrevería a asegurar q  le rechinaban los dientes.




...CONTINÚA...



Eugenia Soto Alejandre
Fernando García Crespo

Comentarios

Entradas populares