EL SUEÑO DE DIONISIO(8)


La pareja de la guardia civil y los siete enanitos quedaron empotrados contra un árbol que se había puesto en medio de su camino. Habían abandonado la carretera intentando sorprender a los terroristas sin darles lugar a una digna huida. Sin luces, el campo a través es muy traicionero, lo mismo te comes un árbol que la pared de una montaña. El golpe no fue muy serio, solo coscorrones y el parachoques del vehículo hundido hasta los pies del conductor. Como no podían abandonar a la mini troupe taurina en medio de aquella nada oscura les llevaron consigo, advirtiéndoles de la necesidad de mantenerse siempre detrás de la autoridad. Ante las diminutas protestas los hombrecillos fueron autorizados a llevar consigo los útiles de matar. Si alguien les hubiese podido distinguir en la oscuridad que les devoraba, hubiese pensado que la santa compaña se había trasladado a tierras más cálidas.  No tenían duda de hacia donde ir, hacia la luz. Lo ignorado era como alcanzar aquel lugar sin despeñarse por alguno de los barranquillos que se abrían ante sus ciegos pies.

 


Entre tanto, el cazafantasmas interestelar se había hecho dueño de la situación, dotado, como estaba, de armamento químico, obligó a la pareja a llevarle en su deportivo biplaza. De nada sirvieron las protestas de Regina que pinchaba a Txumi para que se comportase como un hombre y desarmase a aquel desequilibrado rural. A Txumi aquel tipo le había caído bien, se le notaba que tenían gustos y carencias similares. Lo único que no disgustaba de él era su peste a lejía. 
De repente tuvo una idea luminosa y decidió compartirla con quien sabía que la aprobaría de inmediato. Así que allá iban los tres, Txumi conduciendo con una sonrisa que casi no le cabía en la cara, mirando con continuo peligro hacia su derecha y, el misterioso personaje y Raimunda en el asiento del copiloto, felizmente apretados para él, odiosamente juntos para ella. 
Txumi no había tenido que molestarse mucho para convencer a su aliado de que Regina desnuda no escaparía. Era un argumento tan absurdo y carente de sentido común que el cazaextraterrestres no tuvo ninguna dificultad en aceptarlo. Regina no protestó, pues aquella desnudez le daba un arma más poderosa que una bomba  nuclear. Aquellos dos salidos acabarían por saber con quién se estaban jugando los cuartos. Sus únicas preocupaciones ahora eran conseguir que Txumi centrase su mirada en la carretera y no en sus pechos, los cuales, gracias al Dr. Jiménez de la Osa, desafiaban las leyes de la gravedad y, por otro lado, como conseguir que aquel perturbado desinfectado no destrozase su reportaje.


Piedad empezó a sentirse extraña, todo su mal humor, su rencor más inmediato y el que le acompañaba desde la noche de bodas con Dionisio desapareció. Su mente se quedó en blanco, pero su cuerpo vibraba en tecnicolor. Sentía un calor interior que la abordaba en oleadas de algo que ella identificaba con eso que llaman placer. Creyó que iba a desmayarse. Le temblaban las piernas, bueno, temblar temblar temblaba todo su ser. Es increíble cómo alcanzar metas insospechadas te puede llevar a una felicidad desconocida.. Si esto es lo que los extraterrestres podían hacer con una simple luz, que no harían en vivo y en directo. 
Desde luego que una vez probada aquella miel ella estaba ansiosa por arrojarse al panal. Total, toda su vida había estado rodeada de zánganos que en vez de tratarla como a una reina la habían convertido en una mujer insatisfecha. Pero ahora, sabía que era una reina y no quería irse de allí sin tener más, mucho más. Un ansia desmedida fue cobrando fuerza en su interior. La imaginación puede ser muy peligrosa. Su mente empezó a generar imágenes por las que las productoras pornográficas hubieran pagado millones de euros, aquello era imaginación y no la de los cansinos guionistas del porno. 

Dionisio contemplaba el éxtasis de su mujer. Nunca la había visto con una sonrisa así en su cara. Aquella mueca desencajada le asustaba. Por no hablar ya de los espasmos que la sacudían intermitentemente. No sabía lo que le estaba pasando a Piedad. Tanto bienestar en ella no podía presagiar nada bueno, tal vez era ese éxtasis previo a la muerte. Sí, tal vez los amigos de la nave espacial habían visto el terrorífico carácter de Piedad, decidiéndo darle matarile allí mismo. Desde luego que él no iba a contrariarles en aquel aspecto, pero ¿a qué esperaban para terminar de abducirles? Tanta tensión se le estaba haciendo interminable. Mucho viaje espacial a velocidades lumínicas y luego, para subir a un terrestre a su nave se eternizaban. Bueno, tal vez ellos tuviesen una dimensión del tiempo totalmente distinta a la humana.

 


Zenitram sentía cierta congoja. No sabía cómo arreglar la avería en el rayo abductor, de momento sólo había conseguido que fuese mucho más lento. Eso estaba provocando unos efectos extraños en la hembra humana. Algo vibraba en su interior con tal fuerza que toda la tripulación daba muestras de una inquietud desconocida para ellos. Él también podía sentirlo, su mente se llenaba de imágenes extrañas que provenían de la terrestre. Decidió activar la alerta máxima, estaban en peligro, aquella mujer de aspecto insignificante estaba activando armas de destrucción masiva contra ellos. A su juicio, aquella raza era mucho más peligrosa de lo que decían los libros de biología estelar. 
No le gustaba actuar así, pero antes de permitir que el rayo abductor introdujese a aquella pareja en la nave, los desintegraría con el rayo desmoleculador. Era una acción extrema pero la situación empezaba a escapársele de los miembros.  

 
...CONTINÚA...


Eugenia Soto Alejandre
Fernando García Crespo

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