EL SUEÑO DE DIONISIO (11)



El rayo también causó efecto en el fuero interno del individuo del telescopio. Sentía un profundo vacío, como si sus motivaciones vitales hubiesen desaparecido. De repente nada le importaba. Tenía la sensación de haber adquirido una visión global del mundo que convertía en minúscula cualquier preocupación habitual. Vio una mueca de repugnancia en la cara de la estrella televisiva y tuvo un sentimiento compasivo.

Con sinceridad le pidió disculpas por tanto atropello, por tanta tropelía. La invitó a acercarse hasta su casa para facilitarle algo de ropa limpia y sin olor a lejía. Regina no necesitaba hablar, su cara era un poema que él leía abiertamente, sin dificultad.
Le explicó que tenía ropa de todas las tallas debido a su afición a espiar a las veraneantas. Aquellas que más le gustaban eran objeto de su pillaje textil. Tenía un baúl, con olor a lavanda, donde guardaba bragas, sujetadores, bañadores, bikinis, camisetas y shorts. También algún vestido, pero pocos, ya que estos no le producían ninguna excitación.

Todo esto lo hablaba sin ser preguntado abiertamente, una satisfacción de la curiosidad de Regina que acallaba sus preguntas sin necesidad de formularlas más allá de su sorprendida mente. Aceptó la invitación de aquel extraño ser con una confianza que nunca había sentido hacia ningún varón. Cuando abandonaron el lugar de reunión interplanetaria ambos se dieron cuenta que habían abandonado a Txumi  a su suerte.A ninguno les preocupó.

El corto trayecto transcurrió en silencio. Regina conducía siguiendo las indicaciones. Aparcó en la plaza del pueblo, junto a un tractor y un viejo carro de bueyes. Los olores del pueblo la devolvieron a la niñez, a lo mejor de su niñez, a la casa de sus abuelos, una infancia que creía perdida y que ahora la asaltaba entre las sombras de la noche muriente.

Cuando se abrió el baúl, el aroma a lavanda fue como …, no sé, algo muy especial que no recordaba haber sentido nunca. Fue él quien eligió las tallas y modelos que le podían sentar bien, -no son tu estilo, pero al menos no sentirás vergüenza de llevarlas- le dijo en voz baja, mientras le indicaba una habitación donde cambiarse y asearse.

Aquella ropa no le quedaba mal, aunque desde luego no era su estilo. Aquel tipo le había cogido la medida a la perfección, un poco justo de busto, pero por lo demás perfecto.
Se sentía demasiado cansada para regresar conduciendo a casa así que preguntó si podría pasar la noche, el resto de la noche allí. Él no puso reparos, le cedió la habitación donde se había cambiado y le advirtió de que las sábanas estaban limpias, él mismo las había mudado antes de salir en busca de tan loca aventura estelar.

Fue una noche extraña, una noche en la que las estrellas rápidamente se vieron desplazadas por la luz fría del amanecer.  Regina no durmió sola, y por primera vez en su vida supo lo que era el amor.

FIN (Bueno, casi)


Eugenia Soto Alejandre
Fernando García Crespo


Comentarios

Entradas populares